domingo, 4 de octubre de 2009
Mercedes Sosa, anécdotas de una vida
En la hora de la muerte las anécdotas suelen ser la mejor vacuna para el dolor. A Mercedes Sosa le gustaba el vino blanco con agua. Entre sus comidas favoritas figuraba el risotto al vino tinto o al champagne. Excedida de peso ya no podía ni quería viajar en avión. De su Tucumán querido recordaba las empanadas, especialidad de esa tierra castigada por guerrilleros insensatos y militares asesinos en los años 70. “La negra”, un personaje entrañable, hacía declaraciones que en boca de cualquier otra artista provocarían un terremoto pero a ella, se le perdonaba todo.
A “la voz de América Latina” no se le tenía en cuenta que apoyara a Perón en sus orígenes, declarase en público su debilidad por Raúl Alfonsín, se confesara después comunista, más tarde apoyara a Mauricio Macri o, finalmente, saliera a poner la cara y la voz por Néstor y Cristina Kirchner. Estaba o se la consideraba por encima del bien y del mal. Recuerdo una entrevista, que hoy no consigo localizar en la web, en la que le preguntaban si había abortada. Ella, palabra más palabra menos, contestó: Ya no recuerdo el número de veces.
Recuerdo otra anécdota más cercana con Ramón Iribarren, ex consejero de Prensa en la Embajada de España de Buenos Aires. Sin su permiso y pese a los detalles que la memoria pueda olvidar, la cuento. Faltaban 24 horas para que se fallaran los Premios Príncipe de Asturias. A Ramón le pidieron que hablara con la cantante para que estuviera localizada ya que su candidatura contaba con enormes posibilidades de recibir el galardón." Es suyo, fijo", le dijeron al bueno de Ramón. Éste se puso de inmediato en contacto con ella y así se lo hizo saber. A la cantante, con una depresión enorme en aquel entonces, se le saltaron las lágrimas de la emoción.
A la mañana siguiente se quedó en su casa pegada al teléfono. Soñaba con una llamada de Don Felipe y del Rey pero el ring no llegaba ni llegaría nunca. Mercedes Sosa no ganó el Príncipe de Asturias y en la Embajada se armo un pequeño cisma. Había que decidir quién se atrevía ahora a darle la mala noticia.
(El retrato es de Oswaldo Guayasamín)
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